Un lugar para compartir la hermosa experiencia de vivenciar el parto como un estado de entrega al Amor.



Del libro “La Revolución del Nacimiento”
(por:  Isabel Fernández del Castillo)


La posición de la mujer durante el parto, como “mamífera” que es, es sumamente vulnerable, tanto física como emocionalmente. Por lo tanto, las condiciones en las que tiene lugar el parto son de vital importancia. Intimidad, seguridad física, emocional y una mínima estimulación sensorial e intelectual favorecen un parto fluido. Ello equivale a un entorno conocido; una sala pequeña, acogedora y cálida, luces bajas para facilitar un entorno de intimidad y libertad; personal asistente discreto y respetuoso, que no pretenda dirigir el parto, si no solo facilitarlo y ayudar; uso estrictamente imprescindible de maniobras (exploraciones vaginales, monitorizaciones, etc.); libertad de la madre de elegir y cambiar de postura, libertad e intimidad para manifestar sus dolores y emociones; compañía familiar e intimidad y tiempo para vincularse con su hijo recién nacido.

Estas condiciones son las que permiten a la madre entrar en un auténtico estado alterado de conciencia, fruto de complejas reacciones hormonales, que permite a la mujer sintonizar con el profundo conocimiento intuitivo inscrito en la memoria de la especie para la ocasión. Dado el potente efecto del estrés sobre el equilibrio hormonal, cualquier intervención externa inadecuada que impida a la mujer vivir ese estado especial de conciencia es agresiva e inhibitoria. El ambiente en los paritorios de los hospitales es muy diferente: en lo que se refiere al entorno, las mujeres paren en un lugar desconocido y en pleno parto son trasladadas al lugar menos acogedor que puedan imaginarse: el paritorio, que además es grande, demasiado luminoso, demasiado ruidoso y está demasiado lleno de gente que dan demasiadas ordenes. El ambiente físico hospitalario vulnera de entrada la primera necesidad de la parturienta, que es la de un entorno conocido y seguro que certifique su intimidad.
La actitud del equipo médico que atiende a la madre, a menudo desconocido, puede ser otra fuente importante de estrés y ansiedad para la madre. Lejos del papel discreto y benevolente que tradicionalmente desempeñaba la comadrona o la mujer del pueblo, el personal del paritorio actualmente ocupa una posición de autoridad – empuja, no empujes, respira así o asá, lo haces bien, lo haces mal-, poco respetuosa del proceso natural del nacimiento, de la propia sabiduría de la mujer parturienta o simplemente de sus necesidades. La actitud autoritaria, en sí misma poco compatible con la necesidad de la madre de intimidad y apoyo, puede incluso transformarse en agresiva cuando el parto se alarga más de lo previsto, o cuando la mujer se permite manifestar su dolor: en cualquier caso, la mujer es “valiente” cuando no se queja, “quejosa” cuando lo hace, de tal manera que la parturienta no tiene la posibilidad, en el momento más importante y trascendental de su vida, de conectarse plenamente con su cuerpo y sus emociones, convirtiéndose el parto en un acontecimiento penoso, desprovisto de su dimensión más vivencial, en el que hay que “comportarse” y hacer una buena “actuación” para complacer a los que atienden –dirigen- el parto… que además suelen tener prisa por terminar.

En lo referente a las técnicas empleadas en la sala de parto, la falta de lógica alcanza su máxima expresión en la postura física en que se obliga a las mujeres a parir. La posición tumbada sobre la espalda sobre la mesa obstétrica, con las piernas dobladas e inmovilizadas, es tan fisiológica para la mujer como tratar de defecar tumbada boca arriba. Esta anti fisiológica postura de parto data del siglo XVII cuando el médico entró por primera vez en la habitación de la mujer parturienta, desplazando a la comadrona. A partir de ese momento, la comodidad y libertad de movimientos del médico se impuso sobre la comodidad y libertad de movimientos de la mujer parturienta, que fue obligada, en nombre de la medicina y la seguridad a dar a luz boca arriba, en una postura hasta entonces desconocida por todos los pueblos de la tierra. En nombre de la ciencia se consagró una aberración que vive hasta hoy. Esta anti fisiológica postura de parto pone a la mujer en una posición doblemente incómoda: en cuanto que es una postura expuesta, humillante y de sumisión (que se corresponde con la posición de autoridad del médico) y por lo tanto, poco compatible con la necesidad de la madre de intimidar y de dejarse fluir emocional y físicamente para dar a luz a su hijo y en cuanto que no permite a la mujer moverse según le dicta su instinto y adoptar la postura que le resulta más cómoda y menos dolorosa en un momento de supremo esfuerzo físico y emocional.  Siendo el parto horizontal inevitablemente más difícil que el vertical, resulta mucho más incómodo, más largo y doloroso, más susceptible de causar sufrimiento fetal y por lo tanto, más necesitado de intervención médica.
El resto de las prácticas obstétricas usuales, (necesarias sólo en una mínima parte de los casos donde no se interfiere el parto), se hacen habituales como consecuencia de la postura impuesta y los demás factores inhibidores,  del alargamiento del parto y de la medicalización de todo el proceso: episiotomía, fórceps, estimulación hormonal  y anestesia, cesáreas, etc. De esta manera, un acontecimiento  natural para el que la mujer está preparada por su propia naturaleza, se convierte en algo peligroso que tiene lugar gracias  a la intervención externa. Sin embargo, los pocos nacimientos  que todavía se producen en taxis y ascensores, que casualmente nunca tienen complicaciones, demuestran que la naturaleza aún funciona.
La pretensión de “enseñar” a parir a la mujer, tanto a la educación prenatal como con las instrucciones cursadas en el paritorio, completan el programa de alineación de la mujer, de su cuerpo y de sí misma llevado a cabo por la obstetricia. Por una parte, la obsesión por el control externo del parto niega a la mujer su propia capacidad de llevar a buen término aquello para lo que la naturaleza la ha preparado. Por otra, el ambiente en el paritorio y la imposibilidad de la mujer de vivir el nacimiento como el acontecimiento instintivo y emocional que es, tienen el efecto de inhibir a la madre en el funcionamiento de su cerebro primitivo, que es el que dirige el proceso del parto, convirtiéndolo así en un acontecimiento dificultoso. Como dice Michel Odent, es suficiente preguntar a una parturienta su número de la seguridad social para que el parto se pare: la corteza cerebral inhibe los delicados mecanismos del cerebro primitivo e interrumpe el parto. El mismo efecto inhibidor producen las órdenes inoportunas a la madre, las actitudes autoritarias, el lenguaje puramente racional cuando no irónico, la presencia de observadores, los tactos vaginales constantes, las luces potentes, los ruidos…
La progresiva desnaturalización del nacimiento llegó a su culmen en los años 50, cuando se puso de moda la alimentación por biberón, privando de esa manera a los niños del alimento personalizado más perfecto del mundo, que es la leche de su madre, y a las madres de dar el pecho a sus hijos. Decenas de años después, la inferioridad e la lactancia artificial ha quedado de manifiesto,  por lo que muchas mujeres están volviendo a dar el pecho a sus hijos.